*cuando era chica en las vacaciones familiares -y el mar era un destino vacacional por excelencia- había rituales varios que se repetían año a año, y el primero era dejar todo en el hotel e ir a ver el mar. No importaba la hora que llegáramos, no importaba si íbamos a meternos al agua o no. Sólo llegar. Porque las vacaciones empezaban cuando pisábamos la playa y veíamos el horizonte marítimo.
Intuitivamente, inevitablemente en algún momento volvemos a recorrer los mismos caminos que nos hicieron inmensamente felices alguna vez, cuyos mapas guardamos a resguardo incluso de nosotros mismos. Como lo similar atrae a lo similar, cuando en nuestra vida está presente una fuente de felicidad, nuestros tesoros se sacuden el polvo y aunque no lo premeditemos salen a la superficie para ser compartidos. Es lo que creo que pasa con los hijos.
Entonces, llegamos a la cabaña, tomamos unos mates y fuimos al mar.
Ésto era un reencuentro. Boris había conocido ya este mismo mar platense, con menos de un año de vida. Al verlo se asombró; claro, la inmensidad. Cuando salió de su asombro, se quizo descalzar en la arena y vio que no era tan agradable entre los dedos como parecia; se quizo mojar los pies y el agua era demasiado fría; le llamaba la atención la espuma pero el agua llegaba con mas fuerza de lo grácil que aparentaba...
En fin. Yo tuve mi historia con el mar; él está escribiendo la suya.
Que hermoso Meli!
ResponderEliminarUn abrazo!
Gracias Anita! Abrazo pra vos!
ResponderEliminarHace años luz no visito blogs, y reencontrarme con el tuyo es siempre un placer :)
ResponderEliminarun abrazo Meli
Estoy en la cruzada "volvamos a los blogs" como apéndice del movimiento de slow living jaja.
EliminarUn placer leerte aqui otra vez Ro!